miércoles, 24 de julio de 2013

Alejandrino García Méndez

Un volador caído

Ramón Rosas
Papantla, Veracruz
30/3/2009

Tras haber caído de una altura superior a la de una casa habitación de 2 plantas, Alejandrino García Méndez, Caporal de un grupo de voladores de Coatzintla, se vio obligado a abandonar el vuelo, pero no los tradiciones prehispánicas, por lo que eligió el camino de la artesanía en vainilla, a la que se dedica de lleno desde hace 5 años.

Alejandrino es un hombre de 52 años, tez morena de bronce y cabello negro. Sus rasgos faciales al igual que su color de piel son característicos de los nativos del Totonacapan, raza a la que pertenece, labios gruesos, nariz ancha, cabello liso y bigote recortado. Siempre sonriente y luciendo con gallardía su ropa blanca de manta, paliacate bordado al cuello, botines y sombrero de paja.

Sus manos teñidas de amarillo atestiguan su experiencia en el trabajo con la vainilla, hábilmente tejía un rosario con este fruto mientras platicaba con sus hijos en su lengua madre, el totonaca.

Toda su vida ha radicado en el ejido “El Chote” en el municipio de Coatzintla. Tiene 5 hijos, 3 varones, todos voladores, y dos mujeres, quienes decidieron no seguir esta tradición que ha estado en su familia por varias generaciones.

-¿Hace cuánto tiempo trabaja la vainilla?
-Aprendí desde niño, pero me dedico de lleno desde hace 5 años, después de un accidente que sufrí. Antes fui Caporal de la danza de los voladores toda mi vida.

-¿Cómo fue ese accidente?
-Caí e 8 metros mientras volaba. Eso me dejó en esta silla de ruedas. Por eso decidí trabajar la vainilla. Pero sigo trabajando con los voladores.

-¿Extraña volar?
-¡Sí, cómo no!, pero estoy conciente que la naturaleza ya no me lo permitirá, caer de esa altura es para que no lo estuviera contando. Pero agradezco a Dios porque todavía estoy vivo y puedo contar mi experiencia.

-¿Cuál es el trabajo que desempeña ahora con los voladores?
-Soy representante del grupo, yo les consigo lugares donde trabajar. También soy instructor, todavía enseño a volar a los muchachos que se interesan.

-Usted es un ejemplo vivo del peligro que representa esta danza, ¿qué opinan sus alumnos?
-Bueno, ellos saben que es peligroso volar, desde que llegan conmigo y demuestran su interés saben que están expuestos. Entonces durante su preparación desafían sus miedos y los vencen.
También saben que tiene que ser cuidadosos y tomar en cuenta todas las medidas de seguridad posibles. Pero están concientes que los accidentes ocurren y ello no es culpa de nadie.

-¿Qué nos puede decir de la escuela de voladoras que fundó?
-Bueno, yo primero trabajé con un grupo de niños, en 1985, fue la primera escuela de niños voladores. De ahí saqué dos generaciones.
Luego me motivé para trabajar con un grupo de muchachas voladoras, pero se casaron y decidieron no continuar con la tradición.
Continué trabajando con muchachos, ahora tengo un grupo de 4 muchachas y 3 muchachos, los sigo instruyendo porque no puedo alejarme de esta tradición.

-¿Cuándo aprendó a trabajar la vainilla?
-Desde niño, mi padre me enseñó tanto el trabajo de la vainilla como el de volador, esa fue su herencia para mis hermanos y yo. Actualmente soy el único de la familia quien trabaja en esto.
Hago crucifijos, flores, rosarios, tortugas, coronas e infinidad de piezas, todo lo que se me ocurra.

-¿Usted cosecha vainilla o solo la trabaja?
-Yo tengo mi vainillal en mi casa, pero cuando se me acaba le compro a los demás productores.

-¿Y considera importante mantener la tradición del trabajo sobre esta planta?
-Por supuesto que es importante, es una tradición que hemos mantenido por siglos, igual que nuestro idioma materno.
La artesanía totonaca, nuestra lengua y la vainilla son reliquias que han sobrevivido a través del tiempo, ni siquiera la conquista española pudo detenerlas. Necesitamos seguir conservándolas porque son porte de nosotros.
Yo me dedico a esto porque ya no puedo volar, pero estoy muy contento porque ayudo sigo ayudando a conservar las tradiciones. Me siento orgulloso por ser artista de la vainilla, porque este es un trabajo que se hace con el corazón lleno, no es algo fácil de hacer y no cualquiera se atreve.

-En este sentido, ¿cómo los ha ayudado el centro de artes indígenas?
-Las artes son algo que debe conservarse y hacerse con el corazón. Son testigos de la herencia cultural y son un orgullo. El trabajo que se hace en el parque temático nos ha ayudado mucho a preservar estas expresiones.
Pero también debemos dar buen trato a la gente, ellos quieren aprender y nosotros necesitamos compartir lo que sabemos. Si no hubiera gente que quiera aprender, de nada servirían nuestros conocimientos. Por eso en la labor que hacemos en “Cumbre Tajín”, con los talleres artesanales debemos saber tratar bien al público.

-¿Qué experiencia le dejó participar en el espectáculo “Tajín en escena”?
-Muy imporante. Me acoplé bien con Mono Blanco y los demás artistas, para mi fue una gran experiencia.
Pero más allá de eso debo recalcar que fue importante porque se me dio un lugar pese a mi discapacidad, porque se valoró sobre de eso mi trabajo como músico tradicional con la flauta y el tambor. No se me aisló por ser minusválido.
Me siento muy a gusto y satisfecho por el trabajo que hicimos. Porque no cualquiera se sube a ese escenario.

-¿Se considera usted un minusválido?
-Así me definen, pero gracias a Dios tengo mis manos y las puedo mover. Tengo aún la capacidad de crear y de trabajar. Sigo siendo una persona productiva a pesar de estar en una silla de ruedas.

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