miércoles, 24 de julio de 2013

Andrés Santes Santiago

Nunca es tarde, nonagenario se gradúa con excelencia de la primaria

Por Ramón Rosas Caro
Poza Rica, Veracruz
26/8/2010

En el jardín de la iglesia San Martín de Porres, de la colonia Manuel Ávila Camacho, espera paciente sentado Andrés Santes Santiago. A sus 90 años la serenidad en su rostro moreno y manchado por el paso del tiempo, enmarcado por su escaso cabello cano, denota en su corta estatura la imperturbabilidad que solo un hombre de su edad y experiencia puede tener.

Huérfano, llega en la década de 1930 a la congregación Poza de Cuero, hoy Manuel Ávila Camacho, Poza Rica, donde vive hasta la fecha, para trabajar en el jornal de la siembra de maíz y frijol. Toda su vida transcurrió realizando labores del campo, más tarde de jardinería, cuando la ciudad creció y se vio rodeado por la mancha urbana. Así sostuvo una familia, leer y aprender lo que en la escuela enseñan nunca fue necesario.

Un año atrás, aproximadamente, llama la atención su figura al ingresar por la puerta de la iglesia para preguntar por las clases de educación primaria. Más aún capta la curiosidad de los profesores del Instituto Veracruzano de Educación para los Adultos el cuidado con el que trata sus libros y el hecho de que todos sus trabajos están escritos cuidadosamente a máquina.

El jueves pasado Andrés recibió de manos de la Coordinadora regional del IVEA en Poza Rica, Vianet Evangelista González, el primer certificado de su vida, el de Primaria. Lo acompañan sus hijas y su maestra, Godeleva Domínguez Cuervo Levita, quien a sus 80 años lleva más de 60 dedicada a la educación.

Sus compañeros de escuela, alumnos de primaria y secundaria de entre 15 y 70 años, lo escuchaban con atención. “Agradezco a Dios que me dio la sabiduría para llegar a este momento”, dice. Para los demás su consejo es importante, ya que es considerado un ejemplo de superación a seguir. No usa lentes para leer, su mente es lúcida, lo que se ve reflejado en su certificado, con un promedio general de 9.4 es el poseedor de la calificación más alta entre sus compañeros.

El gran festejo para Andrés fue en el jardín de ese templo, donde ha recibido su instrucción, en este recinto provisto de un techado de lámina sin paredes reciben sus clases una veintena de estudiantes. Un modesto pastel de medio kilogramo y una ensalada de pollo con galletas saladas con refrescos de sabores completan el banquete.

Con la voz entrecortada y lágrimas en los ojos, Andrés agradeció a sus compañeros y maestros este momento, pues al fin logró lo que tanto anhelaba “quiero saber qué se siente tener un certificado”.

-¿Ahora qué sigue Don Andrés?
Pues ya estoy en primero de secundaria

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